pobre de mi

El “pobre de mí” es un estado similar al victimismo, pero con unos matices muy dañinos para quien lo padece.

Mientras que el victimismo se centra en el daño que los otros nos ocasionan continuamente, el “pobre de mí” sube un escalón más.

Son los otros, el Universo entero, la vida, las circunstancias los que nos han dejado en un estado de tal vulnerabilidad, que ya ni miramos hacia la causa (como hace el victimista, que se encarga de dejar muy claro que fulanito, o menganita le han dañado) sino que nos centramos exclusivamente en nuestro dolor.

Mientras que el victimismo es más bien un rasgo de personalidad, el “pobre de mí” nos afecta a todos en algún momento de nuestra vida, o  en varios.

Te despiden del trabajo, se te rompe la lavadora, discutes con tu hija y te sale un flemón…. Que ya se sabe que las desgracias nunca vienen solas….

Esta situación o cualquier otra similar, es susceptible de hacernos entrar en “el pobre de mí”.

Empezamos con las generalizaciones “TODO me va mal”, “TODO me pasa a mí”, “No avanzo NADA”…

Y vamos sintiéndonos cada vez más vulnerables, más tristes, más desafortunados…

La tristeza nos lleva al aislamiento y nos vamos retroalimentando de más tristeza y de más vulnerabilidad.

Nuestra vibración desciende, nos movemos en energías de muy baja vibración dirigidas por el miedo y sus secuaces, preocupación, ansiedad, envidias, mentalidad de carencia…

Esta bajada energética nos suele conducir a una mala alimentación, a “consolarnos” con alimentos ricos en azúcares y grasas saturadas.

Nos volvemos más sedentarios…

Todo este descuido de nuestro YO, a todos los niveles, funcionará como un imán para que sigan viniendo a nosotros todo tipo de problemas.

Es evidente que tenemos que salir de este estado, sí, pero no corras…

Si te despiden, se te rompe la lavadora, te sale un flemón y discutes con tu hija TIENES DERECHO A ESTAR MAL.

Tienes derecho a enfadarte, a pensar mal, muy mal de tus exjefes, a pensar lo injusta que ha sido tu hija y lo inoportuno del flemón, tienes derecho a tumbarte en la cama y llorar y pensar que no se puede ser más desgraciado… Claro que sí faltaría más…

Y digo esto, porque las personas que estamos trabajando tanto en entender las causas reales de lo que ocurre, que comulgamos con la ley de atracción, que entendemos que somos co-creadores de nuestra realidad, cuando atravesamos estos momentos entramos en un conflicto enorme entre nuestras creencias y nuestras emociones.

Entramos en lucha con nosotros mismos, e intentamos en ese momento, en el que las emociones de dolor, de indignación, de shock, son dueños de nosotros (haciendo de maravilla su trabajo y vertiendo hormonas y neurotransmisores sin parar, o dejando de verterlos según sea el caso), racionalizar y poner en práctica todo lo que sabemos sobre la realidad….

No es buena idea. Por dos motivos.

En primer lugar es una guerra perdida, por razones biológicas (debido a los cócteles químicos que nuestro cerebro ha preparado para la ocasión) y por razones de fuerza.

Estamos vulnerables y desde esa vulnerabilidad no podemos entrar en guerra, porque vamos a fracasar y encima nos vamos a sentir peor por habernos fallado cuando más nos necesitábamos.

Corremos el riesgo de pensar que todo lo que hemos aprendido hasta ahora no sirve de nada y abandonar un paradigma más que válido, o el de creer que somos unos inútiles y dañar nuestra autoestima.

Si el primer motivo para no entrar en esa guerra es que NO PUEDES ganarla, el segundo es que NO DEBES empezarla.

Ese bajón que has tenido, esos pensamientos y emociones negativos que te surgen en ese estado de vulnerabilidad máximo, en el que te pone el “pobre de mí”, son oro informativo sobre creencias soterradas que nos siguen limitando.

Así, emoción expresada, emoción liberada nos tiene que servir para dos cosas.

A veces olvidamos que no somos santos, que no aspiramos a la perfección. Somos seres humanos y las emociones son una parte tan importante en nosotros como nuestro espíritu.

Negarlas, porque no nos gusten, es negarnos a nosotros mismos, es negarnos el derecho de ser humanos.

Así, reconozcámoslas y abracémoslas, como abrazaríamos a nuestro hijo cuando se ha caído. No es momento de reñirle por haberse subido alto, ni de decirle que va a necesitar tres puntos de sutura, en ese momento hay que darle amor, tenemos que darnos amor y decirnos:

  • Ay, sí, pobrecito, qué mal nos está yendo todo, cachis…

Y exactamente igual que hacemos con los niños pequeños, cuando la emoción ha pasado, cuando ha sacado de dentro de sí, mediante el llanto, su susto, sus miedos, su “pupa” le decimos suavemente que vaya parando.

  • Venga, ya está, ya pasó.

El siguiente paso, como haríamos con el nene, será aprovechar la información que el incidente nos ha dejado para no “volver a caer”

Cuando hayamos recuperado las fuerzas, cuando hayamos sacado lo que llevábamos dentro, examinemos qué dolores pasados se han removido, cuál era nuestro auto lenguaje durante la crisis… seguro que nos ha dejado muchísimo material para trabajar en nosotros mismos…

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