El apego a la normalidad. Un caso de juzgado de guardia 1En castellano, utilizamos la expresión “de juzgado de guardia” para referirnos a un “delito”, generalmente moral, tan esperpéntico que debe ser juzgado inmediatamente, como suele ocurrir de forma somera por aquel que está utilizando la expresión.

No sabemos muy bien quién ha redactado las normas de lo apropiado, lo correcto y lo normal….

Sin embargo, a menudo, nos erigimos en guardianes de la norma, en policías de lo correcto y si nos descuidamos en jueces implacables de la conducta propia y ajena.

Lo Normal…. uf qué peligro encierra esa expresión.  Veamos como lo define el diccionario:

Normal: Que se ajusta a cierta norma o a características habituales o corrientes, sin exceder ni adolecer.

Así que nos vemos cumpliendo unas normas, corrientes, que damos por buenas sin plantearnos si son aptas para nosotros o no, y más importante aún quién y para qué las ha implantado.

Aceptemos que vivimos en sociedad, que existen leyes que, nos gusten o no, debemos cumplir, contamos con cuerpos de Seguridad que vigilan su cumplimiento y con Magistrados que Juzgan, en caso de saltárnoslas, si somos Inocentes o Culpables y nos imponen la Sanción Adecuada.

Pero una cosa es la Ley y otra la Norma…

Parece que nos quedamos en la fase de chiquillos cuando jugábamos a policías y ladrones, y hacemos de lo habitual la norma, de la norma ley, y corremos detrás de aquel que osa no cumplirla gritando algo así como:

-Al ladrón, al ladrón….

Y no sólo eso, como nos hemos hecho mayores parece que también hemos obtenido la licencia para juzgar y condenar…

Y así nos olvidamos de la única norma que tenemos que cumplir, buscar nuestro propio camino a la felicidad, a la integridad.

Piensa en un momento en el que hayas sido genuinamente feliz.

  • ¿Te has dedicado entonces a mirar qué hacía el otro?
  • ¿Qué ha ocurrido en tu ambiente más cercano?
  • ¿No es cierto que cuando somos felices hacemos más felices a los que tenemos alrededor?

La felicidad se transmite siempre, ilumina y mejora lo que tiene alrededor.

Desde el estado de felicidad no hay sitio para la crítica, se ES y se permite SER.

Cuando nos convertimos en jueces de guardia dejamos de SER, ponemos la mirada en el otro, en la conducta del otro, que no pasa por el filtro de la NORMALIDAD que alguien nos ha colocado sin nuestro permiso…

Y sin conocer sus circunstancias personales, si lo que está haciendo es un acto de valentía o de inconsciencia, sin saber cuál es su camino personal, nos convertimos en el Gran Hermano que todo lo ve, que todo lo cataloga, que todo lo juzga.

Y a la vez nos ponemos el cartel de observables, juzgables y condenables y asumimos una normalidad por el miedo al castigo, que nosotros mismos ejecutamos sobre el prójimo, creando así un círculo vicioso interminable de censura, juicio y condena.

Para presentar nuestra dimisión del “Cuerpo de la Justicia”  existen dos pasos imprescindibles.

En primer lugar debemos dejar de poner la vista en el otro.

No es asunto nuestro cómo cada cuál decida vivir su vida, de la misma forma en que no debemos permitir que nadie nos diga cómo tenemos que vivir la nuestra.

Todo acto tiene una consecuencia, eso es una ley universal, de la que ninguno escapamos…

Dejemos que cada persona reciba las consecuencias lógicas de sus actos, y asumamos las que nos traerán los nuestros.

Y ya, con la mirada puesta en nosotros mismos, en nuestro propio SER, cambiemos la NORMALIDAD por la APTITUD

(Habilidad natural para adquirir cierto tipo de conocimientos o para desenvolverse adecuadamente en una materia.)

Que sea nuestra propia naturaleza la que nos diga lo que es adecuado para nosotros…

Preocupémonos de cómo ser personas integras, o sea que han integrado su propia esencia, soltemos el mazo, quitémonos la toga, la peluca y el rictus apretado, ejerzamos nuestra libertad y permitamos al otro que ejerza la suya.

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