Ningún mar en calma hizo experto a un marinero…

Lo dice el proverbio y la vida se encarga de demostrárnoslo una y otra vez.

Tormentas de verano que llegan casi sin avisar y desaparecen de la misma manera dejando un sol radiante y un ambiente más fresco.

Tormentas anunciadas por un firmamento que va tornándose oscuro, que va poniéndonos en guardia y que al fin estallan de forma despiadada, de esas que abren el cielo mostrando toda la fuerza de la naturaleza, la insignificancia de nuestro pequeño barco que zozobra amenazante.

Huracanes hambrientos que te obligan a resguardarte durante días, aparcando la vida, evitando que nuestro navío acabe una vez más en el vientre de una ballena hambrienta de nuestro poder personal.

Todas ellas son un pulso de la vida, una prueba, un ensayo…

Todas ellas vienen para recordarte que tú no eres ese barco que se mueve a la deriva, que tú, y sólo tú, eres quien tiene el timón de esa embarcación.

Vienen a recordarte tormentas pasadas, tormentas que ya superaste aunque tuvieras que reparar tu barco, aunque tuvieras que construir uno nuevo.

Y ahí, en ese punto es donde verdaderamente te la juegas.

Ahí, donde decides si dejas entrar al miedo o a tu poder personal, si te empequeñeces o te creces.

Es en ese justo momento donde eliges enfadarte con el mundo, con las circunstancias, con el Universo, o rememorar el momento en que saliste victorioso, a pesar de las heridas, de lo acontecido en el pasado.

Has de saber que la primera opción no sirve nada, que únicamente agrandas la tormenta, porque tu miedo, porque tu enfado, es la pérdida de control del timón, porque el lastre del pasado se suma al actual momento adverso desempoderándote, sepultando tus capacidades innatas de salir adelante, distrayendo una atención que necesitas para tomar las mejores decisiones, esas que te conducirán seguro al buen puerto hacia el que ansías dirigirte.

En cambio, asumir que navegar por la vida es exponerse a las tormentas, de la misma manera que a los días de sol, que así ha sido siempre y así será para todos aquellos valientes que decidieron navegar.

Reconocer que el aprendizaje y el crecimiento forma parte de nuestra esencia, que hoy somos un poquito más sabios que ayer, que cada decisión valiente y consciente nos dota de experiencia y de recursos, es reconocer la naturaleza de la vida, nuestra propia naturaleza de aprendices, que cuentan con los recursos suficientes para salir de las mil tormentas que la vida les ponga por delante.

Aprovecharlas para contactar con nuestras sombras, con nuestros miedos, con las heridas no resueltas, agradecer esa oscuridad momentánea que nos permite, paradójicamente, ver mejor que nunca nuestros lastres, y que nos proporciona una nueva oportunidad para dejarlos marchar.

Saludar a la ballena que nos mira con la boca abierta, ofreciéndonos el falso refugio para aquellos que no soltaron su cobardía, y aferrarnos fuerte al timón con la certeza de que no necesitamos volver a escondernos, que ya va siendo hora de demostrarnos a nosotros mismos que nos hemos ganado los galones de la capitanía de nuestra vida.

Y en ese momento, cuando apartemos la mirada de la ballena, cuando apartemos la mirada de nuestros miedos, podremos divisar a lo lejos la luz del faro, que siempre estuvo ahí, firme, recordándonos que aunque intermitente, su luz siempre estará disponible para alumbrar a los empoderados marineros que confían en sus propios recursos.

No llueve eternamente, y cuando el Sol vuelva, que volverá, cuando las aguas se apacigüen, el experto marinero, verá en los desperfectos causados, la oportunidad de mejorar las zonas vulnerables que la tormenta le ha mostrado, agradecerá la enseñanza y se pondrá a trabajar en ello para que cuando llegue la próxima tormenta, que llegará, le encuentre fortificado, sin fisuras, con experiencia y más consciente que nunca, de su capacidad para superar los retos, que el maravilloso viaje de la vida, continuará ofreciéndole de forma magistral.

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